¿Qué es el cine negro?

 

¿Cómo logró un ciclo de cine americano convertirse en uno de los movimientos más influyentes de la historia del cine? Durante su período clásico (1941-1958), el cine negro –film noir en inglés y francés– fue objeto de burla entre los críticos de la época. Lloyd Shearer, por ejemplo, en un artículo para el suplemento del New York Times («Crime Certainly Does Pay», «El crimen ciertamente vale la pena», 5 de agosto de 1945), se mofaba de las tendencias del «cine criminal» calificándolas de «homicidas», «lujuriosas» y «sangrientas». En realidad, los más altos escalafones de los principales estudios –Paramount, Twentieth Century-Fox, MGM y Warner Bros.– solían relegar su «cine criminal» a las unidades de bajo presupuesto y lo estrenaban en la parte floja de los programas dobles, mientras que los demás estudios de importancia –RKO, Universal, United Artists y Columbia–, junto con empresas sin muchos recursos como Producers Releasing Corporation (PRC), producían películas negras como churros, sin el menor disimulo. Evidentemente, hubo excepciones de prestigio, nominaciones a los oscars como El halcón maltés (1941, Warner Bros.), Laura (1944, Twentieth Century-Fox) y Perdición (1944, Paramount); pero ni los honores más importantes lograron salvar dichos filmes del menosprecio generalizado de la crítica. De hecho, el artículo de Shearer se ceba en Perdición.

Así pues, con tanto oprobio crítico y con tanto desdén por parte de la industria con respecto a su valor comercial, ¿cómo consiguieron estas películas revalorizarse hasta llegar a ser clásicos del «cine negro»? ¿Cómo se convirtieron en una gran influencia para las dos siguientes generaciones de cineastas: Roman Polanski, Francis Ford Coppola, François Truffaut, Martin Scorsese, Claude Chabrol, Lawrence Kasdan, Luc Besson, Quentin Tarantino, Takeshi Kitano, David Fincher, Bertrand Tavernier, Stephen Frears, Spike Lee, Bryan Singer y Neil Jordan entre otros? ¿Por qué este movimiento denominado neo-noir ha seguido prosperando con el mismo impulso durante más de tres décadas? El neo-noir, término acuñado por Todd Erickson y tratado extensamente por primera vez en la segunda edición de Film Noir, An Encyclopedic Reference to the American Style (1987), empezó con películas como Chinatown (Polanski, 1974), La conversación (Coppola, 1974), Taxi Driver (Scorsese, 1976) y Fuego en el cuerpo (Kasdan, 1981). Y ha seguido hasta ahora con filmes como Mona Lisa (Jordan, 1986), Reservoir Dogs y Pulp Fiction (Tarantino, 1992 y 1994), Seven (Fincher, 1995), Sospechosos habituales (Singer, 1995), Los timadores y Cosas bellas y sucias (Frears, 1990 y 2003). ¿Por qué las palabras francesas film noir han sido incorporadas a los diccionarios de inglés moderno y han pasado a formar parte del vocabulario de cualquier joven cineasta que se precie de serlo? La respuesta radica en la riqueza y complejidad del movimiento. El término film noir fue acuñado por los franceses, astutos críticos y ávidos fans de la cultura norteamericana, desde Alexis de Tocqueville hasta Charles Baudelaire, pasando por los innovadores periodistas de Cahiers du cinéma, y empezó a aparecer en la crítica cinematográfica francesa poco después de la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación nazi, los franceses se habían visto privados de los largometrajes norteamericanos durante casi cinco años, y cuando por fin pudieron verlos a finales de 1945, notaron un oscurecimiento no sólo del ambiente, sino también de la temática. En 1946, los críticos Nino Frank y Jean-Pierre Chartier escribieron ya sobre este tipo de películas, y en 1955, mucho antes de que el cine negro centrara la discusión de algún libro redactado en inglés, Raymond Borde y Étienne Chaumeton publicaron el primer estudio de gran extensión sobre el tema, Panorama du film noir américain. Los jóvenes críticos y cineastas de la publicación francesa Cahiers du cinéma –Claude Chabrol, François Truffaut, Jean-Luc Godard y Eric Rohmer, por citar unos pocos– hicieron suya la causa a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta y empezaron a examinar la obra de directores de este tipo de filmes, como Nicholas Ray, Robert Aldrich, Fritz Lang, Jacques Tourneur, Robert Siodmak y Anthony Mann. En Estados Unidos, en cambio, no se alcanzó a la crítica francesa en lo que se refiere a percepción y apreciación del género negro hasta que una nueva generación de entusiastas del cine ingresó en las escuelas cinematográficas a finales de la década de los sesenta. Éstos se rebelaron contra los cánones de la historia del cine norteamericano que fomentaban críticos como Arthur Knight y Lewis Jacobs y encontraron fuentes de inspiración en relegados clásicos del cine negro como los que trata este volumen: Perdición, Retorno al pasado (1947), La brigada suicida (1948), Detour (1945), El abrazo de la muerte (1949), El demonio de las armas, (1950), Sed de mal (1958), En un lugar solitario (1950), Almas desnudas (1949) y El beso mortal (1955). A principios de los setenta, se publicaron varios ensayos sobre cine negro en inglés, entre los que destacan el de Raymond Durgnat «Paint It Black: The Family Tree of Film Noir» («Píntalo de negro: el árbol genealógico del cine negro», Cinema 6/7, agosto de 1970) y el de Paul Schrader «Notes on Film Noir» («Notas sobre cine negro», Film Comment 8, primavera de 1972). Aun así, cuando apareció el primer estudio integral en inglés, Film Noir, An Encyclopedic Reference to the American Style, en 1979, el término film noir era prácticamente desconocido fuera de las escuelas de cine. Finalmente, gracias el impacto añadido de un movimiento neo-noir en alza durante la década de los ochenta, la prensa generalizada adoptó el término. En 1984, mientras Terminator arrasaba una discoteca llamada Tech Noir, el debate sobre la identidad del cine negro estaba en pleno auge.

Toda la crítica coincide en que las raíces del cine negro son profundas y diversas. Literariamente bebe con avidez de obras detectivescas de la escuela hard-boiled, escritas por Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James M. Cain, David Goodis, Cornell Woolrich y otros autores similares, aunque también recibe la influencia de naturalistas como Emile Zola o Ernest Hemingway. Este último constituye un modelo especialmente convincente, por su prosa poética y escueta e incisivos diálogos. No es coincidencia que las primeras obras adaptadas al cine fueran las de dichos autores, empezando por El halcón maltés (Hammet, 1941), La dama desconocida (Woolrich, 1944), Perdición y El cartero siempre llama dos veces (Cain, 1944 y 1946), Adiós muñeca, titulada en cine Historia de un detective, y El sueño eterno (Chandler, 1944 y 1946), Forajidos (Hemingway, 1946) y La senda tenebrosa (Goodis, 1947). Artísticamente, el expresionismo alemán, con su iluminación de claroscuros, sus ángulos de cámara distorsionados y sus simbólicos diseños, fue probablemente la influencia más significativa en la estética del cine negro. Los filmes mudos al estilo de El gabinete del doctor Caligari, 1919), de directores como Fritz Lang (Metrópolis, 1926, y la serie Doctor Mabuse) y F. W. Murnau (Nosferatu, 1922, El último, 1924), despertaron gran admiración entre la industria cinematográfica norteamericana, algo obvio si se examinan las películas de terror de los estudios Universal de principios de la década de los treinta. Resulta natural, pues, que los valores del expresionismo se filtraran a este movimiento ya oscuro de por sí. Sin embargo, existe una razón aún más poderosa que justifica su influencia y es que los directores más destacados del cine negro durante su período clásico –Fritz Lang, Otto Preminger, Robert Siodmak, Billy Wilder, Edgar G. Ulmer, Max Ophüls, Jacques Tourneur y Jean Renoir– fueron emigrantes europeos. Habían trabajado en Alemania y Francia, donde el expresionismo y el realismo poético habían predominado artísticamente durante más de una década. ¿Podía haber algo más natural que aplicar las técnicas de dichos movimientos a la creación del ciclo negro, en especial para afrontar las historias a menudo fatalistas y psicológicamente perversas de los escritores hard-boiled?

Filosóficamente, los años treinta y principios de los cuarenta vieron cómo el existencialismo y la psicología freudiana penetraban en la literatura estadounidense. Novelas existencialistas como La náusea (1938), de Jean-Paul Sartre, figuraban ya en las estanterías de la intelectualidad. Por otro lado, las publicaciones sobre psicología trataban extensamente las teorías de Freud, mientras cada vez más miembros de la clase media-alta, que incluía a la comunidad cinematográfica, decidían sentarse en el sofá de un psicoanalista. Ambas teorías contribuyeron a fomentar una visión del mundo que subrayaba la absurdidad de la existencia y, al mismo tiempo, la importancia del pasado individual a la hora de determinar las propias acciones, visiones que toparon con un público receptivo en un país sacudido por la depresión económica y, después, por la Guerra Mundial. Dos de los temas centrales del movimiento, «el pasado angustioso» y «la pesadilla fatalista», beben directamente de esas dos fuentes.

Un género siempre presenta iconos recurrentes que permiten al espectador identificar un filme en concreto como parte integrante de aquel. En el caso de un movimiento está en juego un surtido más amplio y rico de indicadores. El cine negro es mucho más que un conjunto de filmes poco iluminados apestando a sexo y violencia, tal como lo percibían los críticos contemporáneos. Como ciclo se basa tanto o más en los elementos de estilo que en los contenidos. Y en términos de narrativa, gravita mucho más alrededor de temas complejos que de meros iconos.

 

Temática

El pasado angustioso. Los protagonistas del cine negro raramente son criaturas de la luz. A menudo escapan de una carga del pasado, a veces un episodio traumático (como en Detour o Sed de mal), y otras un crimen pasional (como en Retorno al pasado, El abrazo de la muerte y Perdición). En ocasiones, simplemente huyen de sus propios demonios, creados por ambiguos acontecimientos enterrados en el pasado, como En un lugar solitario. Sea cual sea el origen del problema, los personajes se ocultan en los oscuros callejones y cuartuchos que tanto proliferan en el mundo del cine negro. Para los protagonistas, el pasado no es un fantasma efímero, sino tangible y amenazador. En el mundo noir, pasado y presente permanecen inextricablemente unidos, como en las novelas del gran escritor francés Marcel Proust, y en la obra del romántico de bolsillo Raymond Chandler (quien calificó a Proust de «experto en degenerados»). Uno no puede escapar de su pasado, y sólo afrontándolo podrá esperar algún tipo de redención, aunque sea exponiéndose a un revólver.

La pesadilla fatalista. El cine negro gira en torno a la causalidad. Los acontecimientos se entrelazan, como una cadena irrompible que conduce inevitablemente a un final más que anunciado. Es un universo determinista en el que la psicología (En un lugar solitario, Almas desnudas), la casualidad (Detour, Perdición) e incluso las estructuras de la sociedad (Sed de mal, La brigada suicida) pueden, en último término, anular las posibles buenas intenciones o las esperanzas de los protagonistas.

 

Arquetipos

El cine negro cuenta con su propios caracteres, entre los que destacan:

El buscador de la verdad. Contradiciendo el concepto popular, el buscador de la verdad no es un investigador privado al estilo de Philip Marlowe, creado por Chandler, o Sam Spade, obra de Hammett. Suele tratarse de un policía (Sed de mal, La brigada suicida) o un criminal (Detour, El abrazo de la muerte, Perdición), raramente una mujer (Almas desnudas es una de las pocas excepciones) y, dejando al margen a Hammett y Chandler, casi nunca un investigador privado (Envuelto en la sombra (1946), El beso mortal). El buscador de la verdad puede llevar distintos disfraces, ya que su objetivo principal es navegar por el convulso laberinto del universo negro en busca de una respuesta crítica, quizás para acabar descubriendo que el objeto de la búsqueda es «el gran secreto», tal como lo califican en El beso mortal.

El perseguido. El protagonista, fruto de la influencia del existencialismo combinado con el fatalismo inherente a gran parte del expresionismo alemán, a menudo es perseguido y acorralado desde el principio hasta el final de una película. Suele ser un hombre y un extraño, muy parecido al Meursault de Albert Camus en su novela El extranjero (1942). Tiene dificultades para conectar con un universo que parece gobernado por la casualidad, absurdo por naturaleza. Y, como Meursault, puede verse arrastrado a actos criminales de rebelión que desafíen tanta absurdidad.

La mujer fatal. El elemento más subversivo de la mayoría de filmes del cine negro es el personaje femenino, a menudo una mujer fatal. En décadas recientes, la crítica feminista, por ejemplo Camille Paglia en Vamps and Tramps (1994) y un estudio que ha hecho época, Women in Film Noir (1978), ha rescatado a la mujer fatal, la viuda negra, la mujer araña, de la percepción masculina, que las veía como brujas malvadas y castradoras. En su lugar, en estos estudios se ha visto a un buen número de personajes poderosos y seductores que proporcionan una posible alternativa al rebelde masculino. Para la mujer fatal, el objeto de escarnio, más que un universo absurdo, es el patriarcado masculino. La crítica posfeminista ha analizado personajes como el de Phyllis Dietrichson en Perdición, el de Vera en Detour y el de Anna en El abrazo de la muerte, y han hallado a mujeres muy fuertes atrapadas en un universo dominado por los hombres, dispuestas a utilizar el arma que sea necesaria, incluida su propia sexualidad, para nivelar de alguna manera el campo de juego.

 

Iconografía visual

La imagen visual del cine negro bebe, entre otros elementos, de las pinturas callejeras de Edward Hopper y Reginald Marsh y de las espeluznantes fotografías de crímenes de WeeGee. En pocas palabras, lo que llama la atención del espectador es:

La iluminación de claroscuros. La iluminación de baja intensidad, al estilo de Rembrandt o Caravaggio, caracteriza a la mayoría de los filmes del período negro clásico. Sombras y luces no sólo pugnan en exteriores nocturnos, sino también en oscuros interiores protegidos de la luz del día por cortinas o persianas de lamas. La luz lateral, intensa y sin filtros, así como la luz de los contornos, revela únicamente parte del rostro para crear, por sí sola, tensión dramática. La cámara de directores de fotografía como Nicholas Musuraca, John F. Seitz o John Alton eleva dicho estilo a sus cotas máximas en filmes como Retorno al pasado, Perdición y La brigada suicida. Su fotografía en blanco y negro con marcados contrastes, crudos exteriores diurnos y un trabajo nocturno de gran realismo se convirtió en estándar del estilo negro.

Los ángulos insólitos. Los directores de fotografía del cine negro favorecían los ángulos bajos por varios motivos. Para empezar, conseguían que los personajes se elevaran del suelo de forma casi expresionista, lo que les confería un contorno dramático y un trasfondo simbólico. Además, permitían al espectador ver los techos de los interiores, lo que creaba una mayor sensación de claustrofobia y paranoia, emociones apropiadas para el universo negro. Los ángulos altos también podían producir desequilibrio: una ojeada al hueco de una escalera por encima de un endeble pasamanos o de la ventana de un rascacielos hacia la lejana calle.

La cámara en movimiento. Para directores como Ophüls o Lang, la cámara que se desliza por una habitación dejando atrás un gran desorden en primer plano, o que sigue a un personaje en un café abarrotado, tenía una calidad despiadada y funesta. Combinada con una toma larga, realzaba sutilmente las secuencias de suspense.

El paisaje urbano. El cine negro suele ubicarse en un paisaje urbano, concretamente en las ciudades de Los Angeles, Nueva York y San Francisco. La metrópolis, con sus círculos de luz bajo las farolas, sus oscuros callejones, los peatones sombríos, las calles húmedas y mugrientas, es el entorno perfecto para los angustiosos sucesos propios del género. Desde los pasos que resuenan en el asfalto y siguen a una mujer sola en La dama desconocida a los neones intermitentes en el exterior de la habitación de hotel donde se aloja el asesino de Unsuspected (1947), en el universo negro, las vistas y los sonidos ordinarios adquieren un contexto siniestro. Y cuando el escenario se traslada al paisaje rural, como en Retorno al pasado, La casa de las sombras (1952), Storm Fear (1956) o Nightfall (1957), el idílico contraste con la corrupción urbana puede convertirse tanto en un refugio como en el escenario de un crimen.

El flashback y la cámara subjetiva. Tanto si es introducido por un efecto de ondulación o simplemente por un corte brusco, el pasado invade de forma palpable estos largometrajes a través de la técnica del flashback. Puede estar filtrado por el punto de vista de un solo personaje (El abrazo de la muerte) o ser ostensiblemente objetivo y distanciado (Atraco perfecto, 1956). Esta visión del pasado puede mostrar la realidad de un modo mucho más efectivo que toda la narración del mundo.

 

Lenguaje

El cine negro extrae su fuerza verbal de la denominada novela negra o hard-boiled.

Poesía hard-boiled. En los libros de este género abundan las frases típicas del cine negro. Los diálogos están plagados de caracteres que producen los más inteligentes comentarios, desde dobles sentidos a conceptos poéticos. La primera reunión entre el agente de seguros Walter Neff y la vampiresa Phyllis Dietrichson en Perdición es un clásico ejemplo de ello. La voz en off de Neff ofrece este oscuro ripio: «¿Cómo imaginarse que el asesinato puede oler a madreselva?». Y una vez en casa de los Dietrichson, comienza el celebrado intercambio entre Neff y Phyllis, cargado de sexualidad:

Neff: Quisiera saber qué hay grabado ahí.

Phyllis: Mi nombre.

Neff: ¿Cuál es?

Phyllis: Phyllis.

Neff: Phyllis, ¿eh? Creo que me gusta.

Phyllis: Pero no del todo, ¿eh?

Neff: Suelo pensar las cosas antes de decidirme.

Phyllis (levantándose): Señor Neff, ¿por qué no viene mañana noche a eso de las

ocho y media? Estará aquí.

Neff: ¿Quién?

Phyllis: Mi marido. Tiene usted interés en hablar con él, ¿no?

Neff: Así era, pero… Se me están pasando las ganas, créame.

Phyllis: En este estado hay un límite de velocidad: 70 km/h.

Neff: ¿Y a cuál iba, agente?

Phyllis: Yo diría que a 140 km/h.

Neff: Pues bájese de la moto y póngame una multa.

Phyllis: Mejor dejarlo en advertencia por esta vez.

Neff: ¿Y si no da resultado?

Phyllis: Le daré con la regla en los nudillos.

Neff: ¿Y si me echo a llorar y pongo la cabeza en su hombro?

Phyllis: ¿Y por qué no intenta ponerla en el de mi marido?

Neff: Se acabó...

Narración en off. La narración en primera persona era un recurso muy popular entre los escritores de novela negra. Y en las películas, sirve a varios propósitos. En primer lugar, sitúa al espectador en la mente del protagonista, para que pueda experimentar de forma más íntima la angustia del personaje. Y lo que es más importante, le obliga a identificarse, al menos en parte, con el narrador, por muchos defectos que tenga y por mucho que sea capaz de un comportamiento criminal o incluso de arrebatos psicopáticos, como en tantas obras clásicas del género.

En el siglo XXI el entusiasmo por el cine negro sigue incólume. En televisión, un buen número de series, desde la Dragnet original (1951–1959) a NYPD Blue (Policías de Nueva York, 1993–) ha asimilado los valores y actitudes del cine negro a su propio género. En radio, el programa A Prairie Home Companion dedica un espacio a un personaje llamado Guy Noir, Private Eye (Tipo Negro, detective privado). En literatura, los escritores de los géneros neo-noir y neo-hard-boiled, desde James Ellroy (Los Angeles confidencial, 1990), dominan el mercado del suspense. Y en el cine, los videojuegos o los cómics, la influencia omnipresente del cine negro sigue al acecho entre las sombras, siempre dispuesta a emerger y aportar color –o más bien a reducir a la monocromía del blanco y negro– cualquier argumento, personaje o imagen. ¿A qué llamamos cine negro? Esperamos que este libro aporte algunas pistas sobre su definición e impulse al lector a volver al cine, puesto que es allí donde se encuentran las escenas que encendieron la imaginación del público durante el período clásico, donde su macabra filosofía inspiró a una nueva generación de cineastas, donde se encuentra el corazón de esa particular oscuridad conocida como cine negro.